Entre Santiago y La Banda
El emblemático Puente Carretero que cruza el río Dulce y enlaza las dos ciudades santiagueñas atesora mucho más que recuerdos folclóricos. ¿Fue un regalo de Alemania tras el hundimiento de buques argentinos? ¿Hay en sus millones de remaches uno de oro macizo?
Desencuentros, regresos, finales, recuerdos… tanto más que hierro carga consigo el Puente Carretero. Bien lo saben en Santiago de Estero, cuando a comienzos del siglo XX, cuentan, la provincia iba delimitado su centro con las avenidas Rivadavia, Alsina, Roca y Moreno, y se erigían calles importantes como Sarmiento, Avellaneda, Urquiza y Juárez Celman. El Mercado Armonía agrupaba los productos de fincas y chacras, y sus paisanos empezaban a caminar las plazas Belgrano e Independencia. En 1908 se estrenaba el Colegio Nacional, y un par de años después, el Teatro 25 de Mayo. Las inauguraciones se sucedían unas tras otras: el hospital De la Caridad daba la bienvenida a la comuna, y actividades vecinales como la que unió a cerca de mil niños de escuelas primarias para plantar el actual parque Aguirre, perfilaban la costanera arbolada que hoy muestra con orgullo, ladeando el río Dulce. Pero faltaba algo: cómo al otro lado del caudaloso Mishki-Mayu, como llamaron los pueblos originarios a ese divisor natural de las dos ciudades enfrentadas. “Mis padres, que eran del campo, solían viajar cada tanto en sulky hacia Santiago capital para hacer trámites y comprar provisiones. Yo era changuito, y recuerdo que llegábamos a la orilla del río Dulce, dejábamos el caballo atado y cruzábamos en balsa”, recuerdan en La Banda, la reconocida cuna de poetas y cantores populares.
¿Mito o verdad?
La historia oficial dice que el Puente Carretero fue gestionado por la presidencia de Hipólito Yrigoyen, la gobernación local de Manuel Cáceres y una reconocida ferroviaria. Pero si bien algunas versiones aseguran que “es otro de los mitos santiagueños, como el de la Telesita o la Salamanca”, se ha difundido que la inmensa obra fue donada íntegramente por el gobierno alemán como un acto de reparación hacia nuestro país. Durante la Primera Guerra Mundial los europeos habrían confundido dos barcos de la República Argentina con los del enemigo, hundiéndolos a cañonazos. Así, un acuerdo diplomático habría dado inicio a la obra estrenada en 1927, tres años después la primera excavación, generando gran expectativa local. Empresa nada sencilla, había que cruzar el poderoso rió en diferentes tramos, sorteando las crecidas y los misterios del Dulce. Toda la población vivenció el alboroto en los alrededores: enormes y continuos movimientos de arena en estación invernal, cuando su volumen daba lugar al trabajo, sentaron de a poco los pilares sustentadores 16 metros bajo tierra. Rodillos de 30 centímetros de diámetro, fabricados en acero cementado, serían los encargados de absorber las vibraciones, manejando asimismo la dilatación y contracción derivada de las cambiantes temperaturas norteñas. Ya con 12 tramos de 70 metros, el Carretero se erigía como una obra de vanguardia por tamaño y características estructurales. Era un gran mecano que tomaba forma con los días, y cuyas piezas traídas desde la ciudad alemana de Rhur, sumaban 6.400 toneladas de acero plateado. Sólo por citar un número curioso, se estima que fueron empleados dos millones y medio de remaches. Famoso por sus riadas, el Dulce no daba tregua, y la empresa Müller-Binda, gestora de la construcción, debió suspender varias veces los trabajos durante el verano. “He nacido en 1921, así que usted se encuentra delante de alguien más viejo que el propio puente”, me recordaba Oscar Alberto Vélez desde el tinglado bandeño donde seguía trabajando metales. En su taller tenía una verdadera reliquia: “Esta máquina alemana trabajó en la defensa del río Dulce, en plena construcción del puente. Es una pieza única, que aún agujerea redondo y cuadrado, y corta perfiles universales”, contaba orgulloso de su máquina. Si bien la tecnología moderna ha igualado y superado con maquinas más pequeñas esta mole de hierro, para los tiempos en los que se la utilizó, su forma manual con palancas de retardo, la hacían valiosísima, y se podía trabajar con ella sin electricidad y en distintos turnos, sin hacer fuerza, a través de principios matemático-mecánicos. “Al terminar el Carretero los alemanes debían plata de jornales e indemnizaciones a los obreros, y a muchos compensaron con máquinas como esta”.
De oro
Algunos viejos pobladores como Vélez y otros cientos de santiagueños que trabajaron en el puente, han hecho sobrevivir (y crecer) la leyenda de Salvador Catálfamo, uno de los capataces de remachadores que dirigieron la obra. Catálfamo llegó a Santiago del Estero desde su Italia natal a comienzos de la década del 20, y rápidamente se encargó de una parte central de la construcción. En pleno trabajo, un mostró un bulón macizo igual al resto de los que sostienen el puente, pero no era de acero, sino de oro. Su lugar sería estratégico y lo debía “atornillar y olvidar”. Si se toma en cuenta el libro de la Dirección Nacional de Puentes y los inventarios de la firma Ruhr, no se da mínima pista de esa existencia, pero dicen que más de uno se ha pasado horas observando y observando, como quien pudiese ver tras la pintura algún destello dorado. El Puente Carretero atesora historias también del folclore local, como Desde el Puente Carretero, de don Carlos y Peteco Carabajal. Otras chacareras, escondidos y zambas lo mencionan como icono de principios y finales, de amores y de olvidos, y un enclave propio de la magia de esta tierra. Pero como toda obra añosa, el puente sufrió el desgaste del tiempo, por eso su refacción y remodelación, concluida hace unos años, lo tuvo en el centro de la escena nuevamente. Si bien hoy una autopista que cruza pagada al parque Aguirre ofrece el mismo paso entre las ciudades de La Banda y Santiago, no fue poca noticia su reinauguración. Tras las obras de ensanchamiento y desmantelamiento de la parte ferroviaria, se amplió la calzada y se creó una nueva vereda peatonal. También se lo pintó de un naranja furioso de punta a punta, y se instalaron nuevas luminarias para darle aún más notoriedad. Debajo, el río Dulce sigue marcando su curso inferior hacia Córdoba, tras sortear 14 departamentos santiagueños: La Banda, Santiago capital, Río Hondo, Robles, Silípica, San Martín, Sarmiento, Loreto, Atamisqui, Avellaneda, Salavina, Mitre, Quebrachos y Rivadavia.