Conversaciones, difíciles
Las buenas charlas son siempre trabajosas, más aún si el tema es complejo. Es necesario aprender a conversar, y para ello, hay que habilitar un contexto especial, mejorar nuestra comprensión y tolerancia, y trabajar la escucha.
Conversar es algo natural en nuestra vida, y quizás pensemos que no hay secretos ni fórmulas para hacerlo, pero hay que tener en cuenta que una buena charla no es lo mismo, más aún cuando se tocan temas difíciles.
Hacerlo, el primer triunfo
Si hablar, simplemente, es algo que a muchos les cuesta, cuánto más lo es si los temas a tratar movilizan emocionalmente. Sentimientos, temas vedados, creencias aparentemente firmes nos imponen aún un mayor desafío. Es lógico: puede ser que te genere angustia, miedo a perder algo, enojo. Pero si dejamos pasar tiempo sin enfrentar esta situación, hablándola, se convierte en una olla a presión dentro tuyo. Por eso iniciar una conversación desde esa emoción, ya es complejo, pero siempre sanador. Aprender a usar tu cuerpo y leer el de la otra persona, interpretar las incomodidades físicas y ampliar la comprensión, son algunas de las cosas que pueden ayudarte en una charla con el otro o la otra.
Claves
¿Cómo hablamos de lo que nos pasa? ¿Qué quiero lograr con esta conversación?
Primero, detectá si querés desahogarte solamente, o siquerés solucionar algún tema, que es lo más importante. El reprochar desahogo muchas veces adquiere forma de reproche, e incita a que la otra persona se ponga a la defensiva y contraataque. Si compartís tus emociones, lo que te pasa a vos con ese tema sin poner al otro en el foco del problema (por ejemplo: “Me da mucha tristeza saber que…”, “Me duele el pecho cuando…”, “Me pone muy nerviosa el ver que…”), ese defensa se desactiva. Para ser claros y efectivos hay que notar también si la otra persona entiende lo que le estamos diciendo, enfocarse y no mezclar varios temas a la vez. Lograr una escucha y un vínculo sano es trabajoso, pero si solo buscás tener razón, la charla va hacia el fracaso. Abandonar el “modo rumiante”, ese que nos martiriza, requiere de honestidad, pero también de empatía, de tolerancia, para que la otra persona tome bien tus planteos, negocien y acuerden cómo hacer las cosas de manera diferente y llegar a un sitio mejor.