Cuando el río llama
Del Delta del Tigre a la pesca en el Litoral y la Patagonia. La vida en torno al río, con la navegación y la pesca como estandartes, hacen de la vida náutica una pasión que se extiende de punta a punta del país
A un rato de Buenos Aires, e ideal por autoaislamiento que la navegación genera, el Delta del Paraná, en especial en inmediaciones del Tigre, sigue siendo un remanso soñado, cercano y accesible. Pero no es sólo eso: se trata de un mundo fascinante y complejo, con ríos que hacen las veces de calles y que conectan y resguardan a la vez historias diarias de la vida isleña, recreos y clubes, actividades ecoturísticas en su selva, casas históricas y rincones para pasar unos días en hospedajes de lujo, con comidas gourmet y reconfortantes servicios de spa.
Desde Tigre
El fresco de la mañana despierta a los isleños en el Delta. El sol franco entibia nuestro primer paso por los canales, y el fresco matinal, ya presente en marzo, va desapareciendo. Desde el Puerto de Frutos se pueden visitar varios canales como el Ortiz, hecho a pala (sí, a pala) por Don Pedro y sus primos cuando la selva lo domaba todo. También salir por el Carapachay, el Luján o el Caraguatá, grandes cauces que son el sueño de las embarcaciones poderosas y conectan otros ríos y arroyos donde se suceden tradicionales espacios verdes como Bonanza, 393 Capitan Club o Rumbo 90°Delta Lodge & Spa. Allí, en uno u otro, apenas un atisbo de lo que esta región ofrece, puede disfrutarse de una cabalgata, comidas gourmet, terapias corporales, paseos en canoa o kayak y el mejor descanso. Es curioso pensar que la ciudad de Tigre está rodeada por otros ríos, y si bien hoy es considerada por los isleños como “continente”, no se trata más que de otra isla, unida al Puerto de Frutos y el Paseo Victorica por sus puentes. Desde principios del siglo XVI, cuando los navegantes europeos Solís y Gaboto exploraron el Río de la Plata, las islas del Delta eran ya la gran desembocadura del Paraná, a la altura de Campana. Con el tiempo, el Delta ha seguido en constante crecimiento, pero no sólo humano, sino natural: el transporte de grandes cantidades de sedimentos depositados río abajo, sumó alrededor de 2.000 kilómetros cuadrados de islas en los últimos cinco siglos, y se calcula que la sucesión de islotes crece alrededor de 50 metros por año hacia Buenos Aires. Así el Delta y el propio Tigre estuvieron (y están) ligados por mucho más que cercanía a la fundación de Buenos Aires. De hecho, fue Pedro de Mendoza quien situó la original Santa María del Buen Ayre a orillas del río Luján, y según cuentan los libros, cuando Juan de Garay volvió a fundar la ciudad a fines del 1.500, no pudo encontrar la desembocadura del Luján porque esas nuevas islas habían tapado la boca, y la segunda fundación se hizo 50 kilómetros más abajo. Si bien el hombre interviene con los dragados, indispensables para la vida y el traslado cotidiano en las islas, a ese ritmo en el año 2.200 habría islas a la altura de la Avenida General Paz, y unos 300 años después llegarían a la Ciudad Autónoma, tapando el Riachuelo. Hay muchas otras historias de interés, como la de la famosa casa donde nació la Sidra Real, o el vivero con cultivos hidropónicos (con agro y eco turismo), parte de este mundo inabarcable y conectado de manera indisoluble por las aguas.
Y hacia el Litoral
En la segunda y tercera sección del Delta, y de camino a Entre Ríos, el mundo náutico se abre como un inmenso abanico. “Esta zona es muy representativa de los Bajos del Temor, que Haroldo Conti toca en su novela Sudeste y describe sensaciones que uno vive estando acá, remando o escuchando las aves”, cuenta Ignacio López Crook, de la reserva Yporá, en inmediaciones de la isla Martín García. La Escondida, ubicada dentro de la Reserva de Biósfera, así como La Barquita, son otros dos lugares de referencia ya bien lejos del continente, donde flora y fauna conviven resguardados de la forestación y el cambio humano que trastocó su geografía.
Orillero y entrerriano, Sebastián Garabato nos cuenta que en Orillas del Curupí, donde reciben especialmente parejas en cabañas con servicios all inclusive, han sido estos canales hechos por el hombre los que conectan con otros grandes ríos y a la vez son reservorio de especies nativas, tanto de flora como de fauna. Ideal para disfrutar en familia por el poco tránsito que admiten estos dragados, la llegada a Villa Paranisito, o mejor aún, al colosal río Uruguay, conjugan paseos y buena pesca a minutos del hospedaje.
Hay pique
Estadísticas de distintas entidades aseguran que la pesca, en circunstancias normales, mueve en la Argentina a más de dos millones de personas anualmente. Para algunos referentes es considerado el segundo deporte recreativo más extendido en el país tras el fútbol, y su variante en agua dulce constituye un universo cultural fascinante, ampliado a distintas regiones con sus atractivos paisajísticos, riqueza natural, complejidad técnica, mayor y menor desarrollo de infraestructura, y reglas no siempre claras. “Soy amante de la pesca, pero más allá de la disciplina en sí, rescato su doble faceta: como recurso renovable y como nivelador social. Recurso porque agua y peces tenemos en cada región, de punta a punta y con ríos de nivel mundial. Y nivelador social por cómo se reparte la plata, cómo se atomiza, desde alquileres y compra de equipos a permisos de pesca, hospedajes, guías, nafta y prestadores que van desde el que te vende el último motor fuera de borda al puestero que prepara la carnada. Todos se interconectan gracias a la pesca”, explica el instructor Diego Flores. Así en lagos, lagunas, ríos y arroyos; desde la orilla, puente o muelle; en canoa, kayak o velero, la pesca atrae a apasionados que sueñan con jornadas donde la trucha y el róbalo, la carpa y el pejerrey, el dorado, pacú y surubí, devuelvan en tamaño y desafío parte de lo invertido. Las regiones son bien conocidas en el ambiente de la pesca. Una de ellas ocupa a Corrientes, Santa Fe y Entre Ríos, donde los ríos Paraná y Uruguay son únicos por su calidad. En ellos brillan el dorado, el surubí, el pacú, el pirá pitá y la boga, el gran recurso pesquero que es puntal para muchos de sus pueblos. Otra comprende la provincia de Buenos Aires, con el pejerrey como emblema e ingreso de dinero para las localidades que hacen el invierno gracias a sus lagunas, como el clásico corredor de Ruta 2. Otra región abarca el Centro y el Noroeste, donde la pesca es increíble y el ámbito muy natural, pero aún está fuera de los circuitos clásicos, sin infraestructura ni accesos a topografías de ríos chicos y sierras complicadas. Finalmente, la Patagonia es vista como cuna de la pesca con mosca, y acaso el sitio donde mejor funciona la pesca deportiva, por la calidad de sus servicios, los controles, la cantidad de guías y entidades que trabajan en conjunto, apoyados en el poder adquisitivo y una mayor instrucción que le permiten a cada pescador alcanzar el tope de la disciplina. En todas esas áreas, el mundo pesquero se manifiesta en plenitud, desde ríos y arroyos de acceso libre (un tema espinoso en la actualidad) a complejos que reciben a los visitantes con comidas gourmet, actividades complementarias y desde luego, los mejores cotos de pesca. “Puede estar todo listo para que los pescadores solo nos ocupemos de pescar. Pero el equipamiento, el guía y la técnica no son más del 50 por ciento: siempre hay otra mitad que depende del hombre, de la dinámica del ambiente en ese momento particular”, destaca Flores, que recorrió los principales ríos de Sudamérica donde se pesca el luchador y acrobático dorado, el “tigre de los ríos”.