El púrpura real
El secreto yace en las aguas del Mediterráneo, donde se atesora mucho más que belleza. De los fenicios a los romanos, y desde su extracción artesanal al comercio en el rubro textil, el teñido utilizando moluscos locales fue uno de los tantos símbolos de poder que varias civilizaciones e imperios se adjudicaron a lo largo de la historia
Hermosas canciones inspiradas en sus costas, deliciosos manjares y el glamour de las playas de moda. Todo lleva al Mediterráneo y sus míticas postales, donde el descanso silencioso, los paseos en yate y los deportes náuticos están a la orden del día. Pero esas aguas guardan también sus secretos. En ellas hay quienes buscan sus miles de especies para pescar, pero hay quienes lo hacen también para pintar. Djerba, que no es La isla púrpuradel escritor Mijaíl Bulgákov, sino una porción de 500 kilómetros cuadrados perteneciente a Túnez, es un buen ejemplo de ello. Sus acantilados encierran mucho más que exóticos paisajes, dunas desérticas, dromedarios y palmeras. Ahí yace parte de la historia del mítico tinte púrpura. Escenario reciente en uno de los capítulos de la saga Star Wars, (la del desierto de contrabandistas del planeta Taooine) y conocida como la isla “de las cien mezquitas” por sus viejos y sencillos santuarios del islam, fue con la llegada de los romanos que la producción de púrpura pasó a ser el principal producto local. Este codiciado colorante natural se extraía del murex, un molusco abundante en sus orillas, lo que hizo de ésta y otras islas una suerte de paraíso bajo el agua. Convertida en punto estratégico en la ruta de las caravanas que partían de llegaban de África y Oriente camino a Europa, Djerba y otros centros productores del púrpura se multiplicaron a lo largo del tiempo por el Mediterráneo, con los fenicios como grandes fanáticos de especies de la familia de los murícidos en las islas de Citeria, Ancona, Tarento y Malta. Con su brillo el púrpura distinguía a reyes, emperadores y a grandes señores de la antigüedad.
Símbolo de poder
Entre las leyendas que rondan el descubrimiento del púrpura, hay la que cuenta que fue Melkart, dios fenicio, quien caminaba las orillas del océano con la ninfa Tyrus, su prometida, cuando su mascota mordió un caparazón de un caracol grande arrojado por las olas. Al partirse en varios trozos, comenzó a desplegarse un tinte extraño, que en contacto con la luz del sol se tornó maravilloso. Esto asombró a Tyrus, que sintió tal fascinación que pidió de inmediato a su amado un traje de aquella tonalidad. El fenicio, para complacerla, tuvo que recoger miles de moluscos en largas jornadas hasta contar con los suficientes como para dar color al vestido, dando comienzo a lo que se cree, fue la tradición del teñido púrpura.
Más allá del mito, se sabe que antiguamente el color púrpura remitió al poder, y que sólo eran los representantes célebres de cada ciudad o región quienes podían acceder a él. No era para menos: se necesitaban cerca de 10 mil glándulas del “caracol púrpura”, para obtener algunos gramos del pigmento. Además de la cantidad, una tradición asegura que la glándula debía ser extirpada del molusco vivo, logrando así una mejor calidad, lo que imposibilitaba la extracción masiva con redes. Por eso quien portara un atuendo con aquella coloración era digno de respeto y grandeza. Pero la pasión por este color en el imperio romano y bizantino era ya desmedida. Algunos relatos describen togas y túnicas ceremoniales, sobre las cuales brillaba una banda teñida de púrpura que a diferencia de disminuir con el paso del tiempo, aumentaba su intensidad. Esa banda significaba ciudadanía: la de los triunfadores era completamente púrpura y bordada en oro, mientras que la de los oficiales de los ejércitos era un manto paludamentumcon gran presencia del púrpura. La fascinación fue creciendo hasta que los emperadores romanos se reservaron su uso, y el púrpura se declaro color oficial y el símbolo del poder político hasta final del imperio bizantino. En un libro sobre historia y arqueología de las civilizaciones, José María Blázquez Martínez asegura que el púrpura en el Imperio Romano era considerado un monopolio estatal: “Diocleciano honró a Doroteo con su amistad y le nombró superintendente de la industria de la púrpura. El interés del Estado Romano en controlar la producción de la púrpura queda bien patente en una constitución de Graciano, de Valentiniano y de Teodosio, recogida en el Código de Justiniano fechada en 383, que convierte la explotación de la púrpura en monopolio del Estado”. Algunos escritos aseguran incluso que Calígula mandó asesinar al rey de Mauritania por llevar un manto mejor que el suyo, y que el mismo Nerón era capaz de condenar a muerte a todo el que se atreviera a usar el púrpura. Para ese entonces, esta tonalidad ya se conocía como púrpura realo imperial.
Tesoro bajo el agua
Hablar de un descubrimiento es desde luego controvertido. Sin embargo, parece ser que los fenicios no fueron los primeros en obtener este material, supuestamente hallado en Creta a principios de la era cristiana, sino mucho antes, hacia el siglo XII a.C. en la civilización de Ugarit, antigua ciudad portuaria en la costa del norte sirio. Pero sí fueron los fenicios, gracias a su habilidad en el comercio marítimo, quienes lo trabajaron para la creciente “industria” textil, y las montañas de conchas apiladas en antiguas ruinas de sus talleres de teñido, confirman la teoría. Ese desarrollo los coloca como expertos en la extracción de las secreciones de diferentes especies, y durante mucho tiempo este pueblo conservó los beneficios de su fabricación y comercialización, así como los secretos del teñido, que con los años fue aprendido por bizantinos, griegos y romanos por igual. Se dice que las ciudades de Tiro y Sidón fueron las que mejor producían telas de lana y seda teñida con púrpura, logrando una tonalidad consistente, y sobre todo, indeleble. La pesca del caracol se realizaba con cestos, en cuyo interior había pescado y otros moluscos que hacían de carnada. Una vez conseguidos, de cada glándula se extraía muy poca cantidad de líquido amarillento, que se oscurecía al contacto con el aire. Por lo general se empleaban dos especies de murex, el brandaris y el trunculus. Dado que el tinte del primero es más oscuro, se solía mezclar con el otro y hasta con moluscos no murícidos, para obtener el color deseado. El tinte se hervía a fuego lento varios días y en cacerolas de estaño o plomo, ya que las de hierro no favorecían al color final: de allí surgía el preciado púrpura. Si bien hoy los teñidos modernos han dejado relegado a este proceso, este caracol es abundante en el mar, y no es necesario llegar demasiado hondo para obtenerlo. Algunos buzos aseguran que a muy poca profundidad, sobre recodos rocosos y en zonas coralinas, cualquier submarinista puede llevarse uno. Pero el paso del tiempo hizo de su extracción manual y su posterior trabajo de teñido, algo tedioso para los ritmos de la modernidad, relegando su supervivencia a los poquísimos compradores que podían pagarlo. Poco a poco fue perdiéndose la actividad, hoy relacionada a los amantes del arte. Claro que si la visita lleva a aquellas islas o bellas costas continentales del Mediterráneo, encontrar un caracol púrpura puede ser una nueva motivación.