Instrucciones para llegar al fin del mundo
Desde el centro neurálgico de la región más austral de Chile, una ciudad resplandece. El corazón de Magallanes late al ritmo de un turismo que crece a la par del comercio, y una vasta cultura que profundiza en sus raíces indígenas, navegantes y aventureras.
El camino se va poniendo sinuoso. La vann en la que viajamos se adentra en la ciudad que se esparce hacia la costa como un puñado de piedritas. Pocas casas, campos de ovejas, estancias antiguas, algún naufragio, instalaciones de Amazon. A medida que nos acercamos, la dimensión de la capital de la región de Magallanes y la Antártica chilena va quedando clara. Está terminando el fin de semana de las Fiestas Patrias, un momento de jolgorio popular en todo Chile, que se festeja a lo grande y explica por qué cada hogar está adornado con una bandera nacional. Después de varias cuadras de casitas de madera y techos coloridos, tomamos la avenida costanera y un enorme astrolabio rojo se recorta sobre los reflejos plateados del sol en el agua. La luz de la siesta es radiante, como si el Estrecho de Magallanes hubiera encendido todos sus reflectores para darnos la bienvenida. Ahí, donde las aguas de dos océanos se funden y se confunden, Punta Arenas nos abraza, e intuyo que será de esos apretones que perduran en el tiempo.
El comienzo del fin
Javier, nuestro chofer y guía espontáneo, nos cuenta entonces que “Circunnavegación” el enorme astrolabio de 17 metros de altura, es un homenaje metálico de 25 toneladas del destacado artista Francisco Gazitúa, a los 500 años de aquella primera navegación europea del Estrecho. “Está inspirada en un instrumento astronómico antiguo que en este caso es la metáfora del globo terráqueo. Adentro se ve una representación de la Nao Victoria, el barco de Magallanes, navegando en dirección al oeste. Además, las esferas de la escultura son un homenaje a los pueblos originarios que poblaron este territorio, y la iluminación desde el suelo sigue el trazado de la constelación de Orión, muy significativa en la mitología del pueblo Selk´nam”.
Este lugar, donde se dio el mismísimo comienzo de la globalización, es al que llaman Fin del Mundo. A mí me parece más un lugar de comienzos, aunque ya se sabe, que para que haya un comienzo, algo tiene que terminar. Aquella primavera de 1520 en la que Fernando de Magallanes comenzó a navegar este laberinto, algo comenzó a cambiar para los habitantes de una Península Ibérica en expansión, pero también para las distintas etnias que habitaban este confín: Tehuelches, Selk’nam, Yaganes, Kaweskar. Varios siglos, fracasos, hambrunas y matanzas más tarde acabaríamos todos hablando la misma lengua y usando los mismos smartphones.
Y es que hoy Punta Arenas es un centro neurálgico en la región por diferentes y muy válidos motivos, pero uno de ellos nos atrae específicamente a los argentinos: los precios de su Zona Franca. Allí todo el arco de productos tecnológicos maneja valores entre 50 y 100% más baratos que en nuestro país, lo cual sin duda es razón suficiente para visitar esta área de compras. Por supuesto no se limita a la tecnología, sino que se puede encontrar allí más de 130 comercios de distintos rubros incluyendo espacios de entretenimiento y comidas.
Congregadas
Pero no son las compras lo que nos ha traído hasta acá. Volamos desde Buenos Aires hasta Río Gallegos y recorrimos por tierra los 260km que la separan de esta capital de la región de Magallanes y Antártica chilena, convocadas por una invitación: el XXV Congreso de mujeres escritoras y periodistas. Cada dos años desde 1969, la Asociación Mundial de Mujeres Periodistas y Escritoras (AMMPE World) se reúne en alguno de los países que la conforman para compartir, discutir, construir y dialogar en torno a las problemáticas y desafíos del rubro.
En esta oportunidad y bajo el lema “Nuestro norte está en el sur” se buscará desde una mirada descentralizada y alejada de los grandes centros urbanos, analizar las nuevas formas de comunicación, redes, inteligencia artificial, y su rol en la construcción o destrucción de los pilares sociales democráticos. Por supuesto siempre a través del prisma de género, ya que como sabemos, todo lo complejo se vuelve aún más complejo cuando una es mujer. Solo a modo de ejemplo: uno de los disertantes relató minuciosamente el trabajo que le costó realizar una ilustración a través de inteligencia artificial de una redacción de diario en el que se incluyeran mujeres. Finalmente lo logró, pero todas las máquinas de escribir estaban puestas al revés. No en vano el Congreso fue abierto por la estupenda escritora y periodista española Rosa Montero con estas palabras: “¡Hola amigas! Y espero que con este saludo se
sientan incluidos todos, como nos hemos sentido incluidas nosotras por tantos siglos”
Sirenas
Hay presencias constantes en Punta Arenas. La principal es el viento. Luego el mar, los navegantes y aquellos valientes colonos del siglo XIX. Pero un nombre que se repite en sus calles, murales, escuelas y bibliotecas es el de Gabriela Mistral. De vida errante y sufrida, marcada por la pertenencia a una doble minoría (mestiza y lesbiana) la lúcida poetisa no fue fácilmente valorada y reconocida en otras ciudades de su país. Parece que los cortos, pero fructíferos años que vivió en Magallanes, en la flor de su juventud, fueron la excepción. Fue aquí donde se cristalizó su primer poemario “Desolación”. “Después de una navegación fantástica por un mar acribillado de islas verdes como quien dice de sirenas geológicas,
asomadas hasta medio pecho, se llega a un curioso país manso y seguro, de llanura extendida. Es el asiento de nuestra ganadería; es la zona en que un suelo común hace el gemelismo entre argentinos y chilenos; una parte pequeña es estepa, otra son grandes pastales rasos, donde, por primera vez, el ojo nuestro no es atajado por la montaña arrebatadora del horizonte”, escribirá Gabriela sobre la Patagonia.
Dice Elia Simeone, periodista y presidenta de AMMPE World: “(Gabriela Mistral) vivió en Magallanes y, más allá de las rondas infantiles, fue una gran intelectual y una mujer de ideas avanzadas que tempranamente habló de los derechos de las niñas y los niños, de la promoción de las mujeres, del cuidado de los pueblos originarios y del medioambiente y, por supuesto, del poder transformador de la enseñanza. ¡Qué decir de todos sus escritos destacando la belleza y singularidad de la naturaleza patagónica y todas las gestiones que realizó ante las autoridades chilenas para que éstas entendieran el valor de esta tierra y su proyección antártica! Chile y Magallanes están en deuda con ella”.
Fuertes y puertos
Mucho antes que Magallanes fueron los pueblos canoeros quienes remaron estos laberintos helados. Los habitaron tenuemente como parte del paisaje, y del mismo modo parecieron deshabitarlo. Pero poco a poco en los últimos años la propia conciencia de existir parece un sortilegio de resistencia. Eso es lo que se percibe al entrar al Museo Antropológico Martín Gusinde de la cultura yagán en Puerto Williams: nos recibe una foto actual de cada habitante que se percibe heredero de esta etnia que pugna por permanecer viva y reconocerse a sí misma.
Navarino, esta isla al sur de la de Tierra del Fuego separada por el canal de Beagle, se lleva todos los galardones: aquí todo es lo más austral del mundo. Puerto Williams, en su costa norte, es la capital de la comuna de Cabo de Hornos. Llegar hasta aquí desde Punta Arenas es apenas un vuelo de media hora, y sin duda es uno de los imperdibles de la XII región chilena. Uno de sus mayores atractivos, el Parque Etnobotánico Omora también reivindica la preexistencia yagán, y su propio nombre en esta lengua significa colibrí. Aquí, la investigación y la contemplación de la increíble biodiversidad se simplifican poéticamente en un nombre: el bosque en miniatura. No, no es un parque bonsái, ni una aldea de pitufos; se refiere a las más de 800 tipos de musgos y hepáticas y más de 400 especies de líquenes que crecen al abrigo del bosque más austral del mundo. Este es el campo para el brillante trabajo que realiza el CHIC (Centro Internacional Cabo de Hornos para Estudios de Cambio Global y Conservación
Biocultural) financiado por la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo, que reúne 7
universidades chilenas y una estadounidense.
También a media hora de Punta Arenas, pero por tierra, se llega al Fuerte Bulnes. Una reconstrucción del primer asentamiento chileno en la región se convierte en un paseo lleno de historias y leyendas: el frío, el hambre, el confinamiento. Si además se visita un día de viento y nieve, son los huesos los que comprenden el dramatismo que se vivió en esa ciudadela deshabitada. En contraste con la belleza de la vista se observa la precariedad de las viviendas y la tristeza es inevitable. Solo cinco años duró aquella aventura, hasta que esos hombres que habían llegado a tomar posesión de las tierras australes en nombre del gobierno de Chile decidieron buscar un lugar mejor y fundaron Punta Arenas, que en las cartas de navegación de la época figuraba como Sandy Point.
Cuenta una leyenda local que para volver a visitar estas latitudes hay que tocar el pie del indio en la estatua de la Plaza de Armas, o comer calafate (fruto autóctono patagónico).
Bajo la tenue nevada de la última noche y con una sonrisa de asombro y satisfacción, deseamos en silencio que eso sea cierto, y que lo sea pronto.