Bodas de oro para dos pasiones
Hoy la historia que vengo a contarles es la mía. La del camino entre la música y la arquitectura, intenso a ambos lados. En ambas profesiones se conjuga la creatividad, la estructura, la armonía, la paciencia y la perseverancia.
Desde mis primeros días en Pilar, donde nací y aún vivo, la música siempre estuvo presente. Provengo de una familia italiana se reunían a menudo, y mi abuela Maria Frazzano, maesta, y mis tíos, qye también eran constructores, hacían gala de la guitarra, el acordeón a piano, el bandoneón y alguna pandereta. Cantaban canciones populares italianas, vals y tangos, y las fiestas y reuniones en ese entorno eran tan atractivas como divertidas. Así el ámbito familiar marcó mi futuro entre la música y la arquitectura.
Buena conjunción
A los 10 años, después del colegio, iba en bici a lo de mi abuela, y ponía sobre mis piernas su acordeón a piano, intentando memorizar algunas melodías, buscando en el teclado aquellas notas con su ayuda. Recuerdo melodías como Desde el alma, un vals criollo compuesto en 1911 por la uruguaya Rosita Melo con apenas 14 años, con letra de Víctor Piuma Vélez, y que interpretada majestuosamente la orquesta de Francisco Canaro. También La Cumparsita, el tango más difundido a nivel mundial, que fue creado a principios de 1917 por el uruguayo Gerardo Matos Rodríguez, y cuya letra más popular pertenece al argentino Pascual Contursi. Al terminar la escuela me inscribí en un colegio industrial para ser maestro mayor de obras, y a la par comencé a estudiar música en Los Estudios García, en Santos Lugares, donde el profesor y dueño del conservatorio había llegado a la Argentina como instrumentista de la cantante francesa Josephine Baker, también bailarina y actriz. Su voz afroamericana la habían hecho muy popular entre los años 1950 y 1960. García, también afroamericano, era multi instrumentista y dirigía cuatro orquestas de distintos géneros. Lo recuerdo con mucho cariño, sentado a mi lado con su violín, cuando intentaba hacer del piano mi compañero en la música clásica de Chopin. Recuerdo la palma blanca de su mano iluminada por el sol, contrastando con el color oscuro de su piel. Aún conservo los libros de solfeo en los cuales me escribía frases de estímulo.
Inicios
Mientras transcurría la secundaria y en mis clases de geometría del espacio me la pasaba haciendo ritmos sobre el pupitre (hasta que el profesor con un puntero me dio en los dedos para silenciarme), ya pergeñaba mi futuro musical. Así fue que a los 14 formaría Tundra, la primera agrupación de rock donde tocábamos temas de Peter Frampton, Carlos Santana, Procol Harum, Al Stewart, The Doobie Brothers y Jhon Miles, entre otros. En esa empresa, recuerdo el apoyo de mi padre Don Jorge, que me apoyaba y acompañaba a todos los shows. Siguieron Cronopios (haciendo música nacional) y Java (enfocada al jazz-rock), y así todo transcurría simultáneamente entre los estudios formales y la música. Incluso cursando arquitectura en la universidad, los sonidos de Pink Floyd, Genesis, Kin Crimson, Peter Gabriel, The Police o Focus se alternaban con textos e imágenes de Frank Lloyd Wriht, Le Corbusier o Aldo Rossi, y así los maestros del rock sinfónico se entrelazaban con los maestros de la arquitectura.
Seguir camino
A principios de 1990, ya recibido de arquitecto y trabajando mucho en lo que fue la expansión de los countries y barrios privados de zona norte con el estudio Vaccarezza-Tenesini-Angelone, forme mi banda más longeva, y aún vigente: Bad Dreams, que en su principio hacía múltiples temas de rock sinfónico, pero tras un par de años y la dedicación a Genesis, se consolidó como una de las bandas tributo a estos colosales británicos. En paralelo, la arquitectura comenzó a tomar mucho de mi tiempo, y el crecimiento del estudio y las responsabilidades le fueron quitando espacio a música, y por un periodo prolongado tuve que dejarla relegada. Pasaron más de cinco años sin tocar, pero tras la muerte de mi hijo Augusto y el apoyo de mis compañeros de banda, regresé a Bad Deams. La terapia me ayudo muchísimo, y la música hizo lo suyo. Comenzamos a realizar shows muy importantes en teatros como el Coliseo de Buenos Aires, El Círculo de Rosario, Espacio Quolity de Córdoba y hasta un mega show en el Estadio Luna Park de CABA, junto una orquesta sinfónica dirigida por el maestro Ángel Mahler. Siguieron muchas satisfacciones, incluso fuimos reconocidos por los mismos integrantes de Génesis, apareciendo en el libro de Armando Gallo (fotógrafo y biógrafo de la banda), y compartiendo show con Genesis Ray Wilson, su tercer cantante. Fuimos incluidos también en la película Mundo Tributo, junto a muchas bandas conocidas del género. Ya en 2015 Bad Dreams dio un giro importante, y comenzamos a componer nuestra propia música, inspirada en el rock sinfónico progresivo. El crecimiento fue veloz, y poco después fuimos invitados a Estados Unidos al festival más destacado de esta música: Cruise to the Edge, donde compartimos escenario con ídolos de toda la vida: Steve Hacket, Marillios, Yes, Focus, Tonny Leving, Palmer, las hermanas McBroom y muchos otros. Algunos de ellos fueron invitados a grabar temas de nuestro repertorio. Nuestros discos, Apocalypse of the Mercy (2015); Deja Vu (2016); Chrysalis (2017); y Frozen Heart (2018) fueron tocados en vivo por tres años consecutivos en el festival de música progresiva, con una gira por tres países de Centro América y, por supuesto, en nuestro país. En 2019 me puse a componer y producir Concierto para Augusto, mi primer álbum solista, un concierto sifónico clásico en homenaje a mi hijo, con arreglos de Pablo Rafo. Esta manera de poner en música la perdida, me permite recorrer su corta vida y sentirlo junto a mí cada vez que la interpreto, y así seguir camino entre estas dos pasiones, la música y la arquitectura, donde puedo expandir mi creatividad y mis sentimientos.
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