La piedra basal

La piedra basal

26 mayo, 2020 0 By Pablo Donadio

En un inmenso peñón convertido en reserva en medio de la China central, el Buda de Leshan sigue dejando turistas y profesantes perplejos. Con más de 70 metros de altura, su figura tallada en la caliza roja es la imagen sagrada más grande del mundo antiguo

Navegamos desde el pueblo sin demasiados datos. En el horizonte difuso de niebla asoma apenas un cerro cubierto por una vegetación encendida. En minutos, la lancha con más cámaras que turistas se ubica de frente, las nubes se corren y el sol le da de lleno a la inabarcable estampa del Buda sentado de Leshan. “Oh… por dios”, dice un español con más pánico que emoción. Unos chinos a su lado se alborotan y hacen tambalear la nave, en la que también viaja un monje rapado e inmóvil bajo su túnica bordó, que le ofrece una reverencia con sus manos unidas. “Sus ancestros –explica el guía-, son los que comenzaron a esculpir esta colosal obra hace 1300 años para que pudiese calmar las turbulentas aguas de los ríos que ocasionaban desastres”. Y funcionó. Para los creyentes por la gracia de su poder divido. Para otros más escépticos, por la cantidad de piedra vertida sobre el curso del agua, aplanándolo. 

Maravilla

“La montaña es Buda y Buda es la montaña”, reza una frase de bienvenida ni bien desembarcamos. Sólo se llega aquí por vía marítima, y eso torna aún más misteriosa a la montaña Emei, en la provincia de Sichuan, un discreto territorio en este inmenso país. Pero es la casa de esta obra maestra de la arquitectura y la religiosidad. Una muestra del sentir budista: cuanto más grande, más bello. Hasta aquí llegan cada año miles de turistas y creyentes conmovidos por su presencia, símbolo y puente entre nuestro mundo físico y el espiritual. Una maravilla llena de significado, generadora de respeto y grandeza, declarada en 1996 Patrimonio de la Humanidad por Unesco, y una de las cuatro fuentes sagradas del budismo en China. En la reserva, atrás de la montaña y bajo el influjo de su frondosa vegetación, hay otros santuarios, un espacio común para descansar y comprar algo, y otra gran sorpresa: la cueva con 10 mil budas. Dentro, un desfiladero de pasillos, salas y socavones atesora figuras y frisos de buda que incluyen al buda sentado en una caverna más grande del mundo, con 35 metros. Pero la estrella aquí es la gran imagen exterior, que parece surgir de las aguas del propio acantilado, iniciada en 713 a.C. durante el reinado del emperador Tang Xuanzong.

Desde el pasado

Leshan fue (y en parte aún lo es) un pueblito esencialmente pesquero, alejado de las grandes urbes y rodeado de violentos ríos como el Minjiang, el Dadu y el Qingyi que en sus tiempos mozos solían causar increíbles naufragios. Los pobladores creían así que a esas aguas las controlaba un espíritu maligno, y entonces un monje llamado Haitong, junto a sus discípulos, decidieron crear un Buda sin igual en la confluencia de esos tres cauces y así contrarrestar el bien al mal. Pero semejante obra no sería algo sencillo ni inmediato. Cuando Haitong murió, la estatua quedó a medio construir, y sus dos discípulos, Zang Chou y Wei Gao, la continuaron hasta terminar. Tras 90 años de talla, los fragmentos sobrantes de roca que fueron cayendo sobre el nudo central lograron alterar las corrientes, y así pacificarlas. Algunos arqueólogos que participaron en tareas de mantenimiento en 1962 descubrieron que en sus inicios el Buda estaba cubierto por un enorme templo de madera, y apenas su cara quedaba al descubierto. Algunos monjes habitaban en pequeñas cuevas a los costados del acantilado, y pasaban casi todo el día allí, dedicados a la oración. Cabe imaginar el clima de ese espacio enorme y pacífico, bañado de incienso y recorrido por cantos que se alzaban de la tierra a las alturas. Hoy ya nadie vive aquí, aunque todos siguen rindiendo culto en los 30 templos de la región, entre cita y cita al gran Buda

Hacia el futuroAl desembarcar los visitantes ascendemos por una finísima escalera de nueve vueltas excavada en la misma roca. Los cientos de escalones rodean la imagen hasta un mirador a la altura de la cabeza. Ahí, frente a frente, está el rostro, con algunos detalles que van más allá de la comprensión de ojos occidentales. Las orejas de siete metros de largo cada una afirman la idea oriental de la belleza, un rasgo adjudicable sólo a un ser humano desarrollado. La mirada pacífica y trascendental que parece fluir de sus ojos semicerrados expresa que Buda está lleno de dicha, compasión y comprensión. El rostro, de unos 15 metros, y sus cabellos en forma de conos revelan un cerebro poderoso en camino al nirvana. Los propios budistas explican que el culto Maitreya hace hincapié en el rezo y la búsqueda de una vida mejor. Ese espíritu les enseña cómo ordenar sus vidas y ser generosos con el prójimo, buscando esperanza para la humanidad. Hay que recordar que Buda vivió hace unos 2500 años y para sus creyentes fue quien iluminó el camino para escapar a los deseos mundanos y alcanzar el nirvana. Ese sabio y gran maestro fue adorado como un dios, y hace unos 1900 años se lo empezó a representar como un ser humano. Si bien se manifiesta de muchas formas diferentes, el Buda de Leshan tiene un significado particular: es el Buda Maitreya, el Buda del futuro. Según dicen, será el sucesor de Siddhartha Gautama, el Buda actual, quien anunció al propio Maitreya tiempo atrás. Su llegada, claro, es una incertidumbre que parece interpelarnos: vendrá a la tierra, afirman, cuando la antigua fe budista esté desgastada, y el mundo, se acerque a su fin.